El mestre Tísner siempre plantó cara
a las adversidades más atroces
con la sorna de aliada
Màrius Serra
Lamentablemente, la figura de Avel·lí Artís-Gener no goza de un trato demasiado destacado en los fastos catalanomexicanos que se celebran esta semana a raíz de la presencia de Catalunya como país invitado en la Feria Internacional del Libro de Guadajalara. Tal vez sea que sus múltiples facetas desdibujaron su peso como novelista, pero lo cierto es que como mínimo un par de sus obras mexicanas —Les dues funcions del circ y Paraules d’Opòton el Vell— deberían figurar entre las novelas catalanas más destacadas del siglo XX. Se da el caso de que la segunda narra con notable acierto una inversión histórica que, en tiempos de flujos migratorios, tal vez acabará siendo profética. Tísner se apoya en un modelo tan delicioso como la Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo para novelar la contraconquista, o sea, la conquista a la inversa. En pleno siglo XVI un grupo de aztecas, a bordo de unas embarcaciones que recuerdan el trirreme romano, arriban a las costas de Galicia y descubren un nuevo continente. La novela es deliciosa. El viejo Opoton es, como Bernal, un narrador humilde de las gestas y malentendidos varios que caracteriza todo episodio de conquista. Comoquiera que Paraules d’Opòton el Vell fue escrita con un prurito más que realista documentalista, el lector suspende pronto su incredulidad y lee la novela como crónica fidedigna de unos hechos históricos. Al final, Tísner incluso añade una lista bibliográfica con las 19 “principales fuentes de comprobación de datos”.
Paraules d’Opòton el Vell (1969) ha sido vertida dos veces al castellano. La primera, en 1977 por la poeta Angelina Gatell, y la segunda por el propio Tísner, que insistía en asegurar ante quien quisiera escucharle que su traducción no era al español sino al mexicano. Ésta, editada en 1992 por el editor catalanomexicano Martí Soler en la editorial Siglo Veintiuno para contrarrestar los fastos del Quinto Centenario, lleva por subtítulo Crónica mexicana del siglo XVI. Pero la historia de la primera traducción tiene más miga, porque Tísner la publicó tras la muerte de Franco en una editorial (Ediciones 29, de la calle Mandri) más bien conservadora. Por lo visto, la ficticia introducción de la novela, en la que Tísner usa el clásico mecanismo del manuscrito hallado, convenció al editor de que aquella novela podía pasar por un documento histórico de primera magnitud que aún engrandecía más la ya de por sí grande (y libre) estampa de España. De modo que contrató la traducción sin dudarlo, aun sabiendo que era una crónica apócrifa, la subtituló Crónica del siglo XVI de la expedición azteca a España y la lanzó con orgullo patrio al convulso mercado de los setenta. Tísner me contó que al poco de salir la novela, el periódico de referencia para los huérfanos del franquismo, que no era otro que El Alcázar, publicó una reseña furibunda contra Palabras de Opoton el Viejo en la que la tildaba de antiespañola y acusaba al cariacontecido editor de haberse dejado engañar, de modo que éste poco menos que la retiró de circulación. Tengo ante mí un ejemplar de esa edición mientras recuerdo la capacidad infinita que el mestre Tísner siempre tuvo para plantar cara a las adversidades con la sorna de aliada.
Publicat a La Vanguardia, 30 de novembre del 2004
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