Rosa Maria Piñol: “Palabras que agonizan”

 

Palabras que agonizan

Pau Vidal reivindica en un libro cien vocablos catalanes en extinción

 

ROSA MARIA PIÑOL

¿Cómo lograr que nuestros hijos pidan llaminadures o confits y se olviden de las arraigadas chuches? ¿Dejarán los jóvenes padres de llamar a la cangur para pedir ayuda a la mainadera? ¿Seremos capaces de hablar de una pítima cuando nuestro amigo esté trompa perdido? Son vocablos hoy casi en desuso y, sin embargo, genuinos en catalán. Y Pau Vidal (Barcelona, 1967) ha escrito un libro para reivindicarlos. Traductor, crucigramista, periodista cultural y escritor, Vidal es, por encima de todo, verbívoro convencido (si usamos el neologismo de Màrius Serra). Compulsivo coleccionista de palabras, Vidal ha reunido en el libro En perill d’extinció (Empúries) un centenar de vocablos o expresiones léxicas que agonizan y que él reivindica y propone salvar.

La obra fue un encargo de la editorial y se inspira claramente en el libro Cent mots à sauver que el año pasado publicó sobre la lengua francesa Bernard Pivot, el que fue popular director del programa literario Apostrophes. “Yo he hecho a posta una selección de palabras provocadora, para llamar la atención —dice Vidal—. La selección es una metonimia de la lengua catalana, que es la que está globalmente en peligro”. El autor alerta sobre la progresiva reducción del vocabulario “y la adopción indiscriminada de términos foráneos, mayoritariamente del castellano”. Con este libro, Vidal quiere hacer una aportación al debate sobre la salud del catalán, en el que él se confiesa “pesimista total”. En su opinión, la lengua catalana es “vacilante, insegura” y, en definitiva, “agónica: mala cosa cuando hacen falta campañas para fomentar el uso de una lengua”.

En este repertorio limitado al léxico, Vidal ha incluido palabras y expresiones como badoc, dèria, empatollarse, esma, fer fila, fotimer, galifardeu, jeia, murga, murri, senderi, rai o tant se val, entre otras. Y las va glosando con breves comentarios en los que ejemplifica, mediante anécdotas y curiosidades redactadas con humor, sus acepciones, para después ilustrarlas con fragmentos de textos literarios de diversos escritores.

No incluye, en cambio, los barbarismos más habituales con que suelen sustituirse estos términos populares. “El barbarismo es, en efecto, un pellizco en la piel del idioma —afirma—. Pero incluirlos aquí sería poner énfasis en el sentido de la sustitución y caer en una pretendida normatividad, que no busca este libro. Mi intención no es denunciar la contaminación, sino el empobrecimiento de la lengua”.

A propósito del argot, Vidal asegura: “Si un idioma respira, crea argot, y eso no es malo siempre que el argot sea autónomo; es decir, no ha de ser un calco de otra lengua: si decimos muntar un pollastre, caemos en el calco, cuando en catalán tenemos muntar un sidral, un merder o un cacau“.

Según Vidal, cuando se habla sobre el futuro del catalán y su normalización sólo se hace, “erróneamente”, desde el punto de vista cuantitativo, cuando “es muy importante también el cómo: hoy se habla un catalán híbrido que cada vez está más españolizado; la frase se m’ha caigut el llapis no es catalán sino catañol”. Según el autor, el estándar lingüístico que han difundido los medios de comunicación “es descafeinado, rebajado”. “Si en ciertos programas de TV3 en lugar de decir gilipollas dijeran habitualmente carallot, por ejemplo, a nadie le sonaría extraña esta palabra”, añade.

 

Publicat a La Vanguardia, 14 de febrer del 2005